sábado, 21 de enero de 2012

FLOR DEL FANGO


  • De vez en cuando asomaba por las ventanillas del coche, tras una mano enguantada, el rostro encantador de una joven, casi una niña.
  • El destino, iba hacia lo desconocido al combate rudo de la vida; como esos jóvenes reclutas que, húmedos los labios por el ultimo beso de la madre, van a tierras lejanas, a batallas sangrientas, a muertes ignoradas.
  • Había temblado a la idea de verse casi sola en un pueblo extraño teniendo que lidiar con autoridades incultas y padres de familia díscolos.
  • Al poner pie en tierra, su alta y elegante silueta proyectaba por los rayos del crepúsculo, se destaco majestuosamente y como engrandecida a los ojos de los que la aguardaban.
  • A la vista de aquel hombre un recuerdo confuso broto en la mente de Luisa; ella lo había visto antes; ¿en donde? No distinguía bien en la brumosa conmemoración de sus recuerdos.
  • Luisa se retiro con un ceremonioso saludo que sorprendió a la señora; la cual no se explicaba cómo la hija de un carpintero y de una planchadora podía tener tan elegante presencia, y tan distinguidos modales.
  • Una ola vibradora de emociones extrañas, algo como el despertar de la naturaleza, el lejano y ardiente rumor de la vida, el rápido circular de la savia engendradora del amor.
  • Cuando Luisa llegó a su habitación, aunque rendida por las fatigas del día, no pensó en dormir; encendió la lámpara que con un globo de alabastro, halló sobre el velador, y se puso a escribir para su madre; su mano se deslizaba rápida y nerviosa sobre el papel y varias veces hubo de llevar el pañuelo a sus ojos para enjugarse el llanto.
  • La música callada, la soledad sonora, y se absorbió en serios pensamientos; el libro de su vida se abría ante ella; casi huérfana, joven, hermosa, sin apoyo, había llegado a aquella casa; ¿lo hallaría allí?
  • Don Crisóstomo le inspiraba miedo, un recuerdo vago alimentaba aquel temor, aquel hombre le parecía ser el mismo que, muy niña ella, la habría perseguido muchas veces en las calles, hostigándola con promesas, con caricias sospechosas; el mismo que había osado hacer a su madre una propocisión de proxeneta, el que había querido comprar su virginidad impúber.
  • Doña Mercedes le inspiraba recelo; había hablado con desprecio del oficio de su madre, su voz era un silbido de sierpe, había en ella algo de víbora.
  • El despertar en aquella habitación mas austera que bella, me entristeció; no hay nada que revelara la tierna solicitud de un ser amado; ¡hay madre mía, tu estabas ausente!
  • ¡pobre madre yo te arrancare de esa servidumbre! ¡y haré que no mueras sin probar una gota siquiera de la dulzura de la vida!
  • Sofía, conversando a mi lado, me sorprendió por la seriedad de sus pensamientos, y me hablo con cierta pesadumbre de la soledad y la tristeza del campo; hay algo en esa niña algo como un oculto dolor, que sin duda ha ocasionado la precocidad de su talento.
  • He notado que el señor de la Hoz busca la ocasión de quedar solo conmigo en el salón, y entonces su conversación viene caer siempre sobre el tema del porvenir para mi; de lo ingrato de la tarea fue desempeño, de cómo una enfermedad podría sumirme de súbito en los horrores de una miseria, y como seria mi suerte si la orfandad acabara de caer sobre mi y quedara sola en el mundo
  • Hoy ha sido un día terrible para mí; he llorado amargamente; ¡que horrible es la herida de una humillación! Yo no alcanzo a comprender por qué el trabajo honrado mancilla.
  • Flotaban en la atmósfera; aromas de flores entreabiertas, subían hasta ella, como un himno de perfumes en adoración de su hermosura; rumores desconocidos y melancólicos la arrullaban como si gnomos amantes ocultos en el cáliz de las flores, y silfos enamorados errantes en las alas de la brisa.
  • ¡adiós¡ suspiró él, envolviéndola en una última mirada, delirante y cerrando la portezuela; el coche partió a gran trote; inmóvil quedó el joven, viendo alejarse así su amor inmenso; y, el paisaje, un paisaje de Teócrito, se obscureció a sus ojos, prismatizados por sus lagrimas; la ola de los recuerdo se desbordaba en su alma, rugiendo al estrellarse en las rompientes del dolor; montó a caballo y partió; volvió a su casa, aquella casa ya vacía para él
  • ¡cripta lúgubre, que guardaba el cadáver de su ensueño! Y entró en ella, para ser desde entonces el visionario triste; el poseído eterno de las nostalgias de amor; el idilio, el blanco idilio, había pasado; como un paisaje en la bruma, se hundía este sueño de amor; pasó el poema
  • Y, toda su tristeza parecía condensarse en aquel pueblo de indios, solitario, aislado, melancólico.
  • Aquellas tristezas que como nubes melancólicas, velan el nacimiento del amor; y, uno a uno fueron brotando sitios y recuerdo en la imaginación; aquel banco de piedra donde se adivinaron el amor en las miradas, entre perfumes del rosal silvestre y murmullos del agua fugitiva; el sitio aquel del árbol caído al pie de la cerca, en donde aquella tarde inolvidable Arturo, vino a confesarle su amor
  • La oración, y con esta armadura rota ya en parte, fijos los ojos en el cielo, como absorto en su agonía y sordo a los clamores del levita, parecía insensible también a la gran lucha moral que se libraba a sus plantas.
  • Luisa no veía nada, su dolor le formaba un limbo, en el cual caminaba como autómata; así llego al cementerio; al frente de la gran Necrópolis, a los lados dos extensos potreros encerrados en una verja, sobre el cual se leía: Cementerio de los pobres, allí a aquel anonimato lúgubre, a la fosa sombría de la canalla dirigió Luisa sus pasos, buscaba la sepultura común, la de los desheredados, la de los malditos leprosos de la suerte, los heridos del contagio feroz de la miseria; allí iba a depositar a su madre.
  • Los escribas te condenaron, los pontífices te maldijeron, los levitas te calumniaron, los brutos te apedrearon.
  • ¡Oh, Dios! ¡Oh, amor! ¡Oh caridad! ¡Oh justicia
  • Luisa se negó a entregar a su madre a la caridad de los extraños, y continuó su senda dolorosa; tocó a todas las puertas; menos a aquella donde estaba el oro, la deshonra, era la puerta del señor de la Hoz todos los días recibía una carta amorosa de él, todos los días una suplica, una promesa; nunca le respondió.


    JOSE MARIA VARGAS VILA








2 comentarios:

  1. Aprendí a leer leyendo a Vargas Vilas. Conocí sus letras por mi madre, siendo muy pequeño ella me hablaba de lo interesante de sus letras .Creo tener casi todos sus libros, los cuales conservo como un tesoro.! Como me gusta !, por la descripción de sus personajes y de sus paisajes , en que se desarrolla la novela.No recuerdo cuantas veces he leído a Aura y las Violetas. Seguiré visitando tu interesante espacio.Que tengas un gran fin de semana mi amiga.

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  2. ME ALEGRO QUE TE GUSTE MI ESPACIO...AURA O LAS VIOLETAS ES UNA HERMOSA OBRA DE TODOS LOS TIEMPOS...UN ABRAZO SINCERO

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