sábado, 12 de noviembre de 2011

¡TIERRA DE PROMISION!

Soy un grávido río, y a la luz meridiana
Ruedo bajo los ámbitos reflejando el paisaje:
Y en el hondo murmullo de mi audaz oleaje 
Se oye la voz solemne de la selva lejana.
Flota el sol entre el nimbo de mi espuma liviana;
Y peinando en los vientos el sonoro plumaje. 
En las tardes un águila triunfadora y salvaje 
Vuela sobre mis tumbos encendidos en grana.
Turbio de pesadumbre y anchuroso y profundo. 
Al pasar ante el monte que en las nubes descuella 
Con mi trueno espumante sus contornos inundo:
Y después, remansado bajo plácidas frondas. 
Purifico mis aguas esperando una estrella 
Que vendrá de los cielos a bogar en mis ondas.
 * * *
La selva de anchas cúpulas, al sinfónico giro
De los vientos, preludia sus grandiosos maitines;
Y al gemir de dos ramas como finos violines 
Lanza la móvil fronda su profundo suspiro.
Mansas voces se arrullan en oculto retiro; 
Los cañales conciertan moribundos flautines,
Y, al mecerse del cámbulo florecido en carmines,
Entra por las marañas una luz de zafiro.
Curvada en el espasmo musical, la palmera 
Vibra sus abanicos en el aura ligera; 
Mas de pronto un gran trémolo de orquestados concentos
Rompe las vainilleras...; y con grave arrogancia. 
El follaje, embriagado con su propia fragancia, 
Como un león, revuelve la melena en los vientos.
 * * *
Lóbrego, en alta noche, a paso lento 
Regresa un toro por la pampa umbría. 
Y, husmeando el mustio pajonal, confía; 
Vagos mugidos al miedoso viento.
Torvo, bajo el moriche corpulento 
Afilando las astas, extravía; 
Y al fin, en la estrellada lejanía, 
Surge como borroso monumento.
Absorto en las ¡límites sabanas. 
Mira radiar las pléyades cercanas 
Sobre las sienes del palmar suspenso...
¡Después, hondo bramido de amargura, 
Brusco silencio en la majada oscura, 
Temblor de estrellas en el orbe inmenso!
 * * *
Sintiendo que en mi espíritu doliente 
La ternura romántica germina. 
Voy a besar la estrella vespertina 
Sobre el agua ilusoria de la fuente.
Mas cuando hacia el fulgor cerulescente 
Mi labio melancólico se inclina, 
Oigo como una voz ultradivina 
De alguien que me celara en el ambiente.
Y al pensar que tu espíritu me asiste, 
Torno los ojos a la pampa triste; 
¡Nadie!... Sólo el crepúsculo de rosa.
Mas, ¡ay!, que entre la tímida vislumbre,
 Inclinada hacia mí, con pesadumbre, 
Suspira una palmera temblorosa.
JOSE EUSTASIO RIVERA

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